Acerca de
los fotógrafos comprometidos
He tomado un
instante para pensar acerca de un episodio crítico de nuestra historia
nacional. Supongo que a pesar de que el terror impuesto por el régimen militar
en nuestro país parece estar sepultado en el presente, todos tenemos un
intervalo de reflexión. Creo que es una actitud habitual en los argentinos.
Desconectada
del tiempo, sensaciones encontradas; mis sentidos eludidos de la realidad. Un
efecto extraño que logran las fotografías en la conciencia.
Me sentí transportada
por unos segundos a esa época con el simple gesto de observar fotos tomadas en
ese momento. Imágenes que hablan, relatan, describen; pero al mismo tiempo
omiten sentimientos, esconden secretos.
Propietarios de ellas son aquellos que detrás de la cámara no solo seleccionaron estos instantes
cargados de sentido, sino que a la vez los trasladaron a sus propias historias
de vida; se involucraron en lo que estaba sucediendo. Se trata de
los “fotógrafos de prensa” o “reporteros gráficos”, pero cabe aquí una
aclaración. No intento hacer referencia a las generalidades que presenta el
oficio, por ello considero necesario agregar la palabra “comprometidos” para calificar y distinguir a
dichos profesionales que fotografiaron la dictadura con la finalidad de combatirla y exterminarla, por encima de cualquier propósito individual.
Creo
haberlos visto de cerca. De indumentaria sencilla y andar incansable recorrían
las calles, confundiéndose entre la gente. Respiraban el mismo aire ciudadano y
recogían de la cotidianeidad las experiencias de las masas, con una simplicidad
natural que los mantenía en la misma sintonía.
Sus
zapatillas de lona gastadas resistían el uso exagerado de largas caminatas. Transitaban
cada rincón urbano en búsqueda de un intervalo que les permitiera registrar la
historia. Como las damas elegantes lucen en su escote esos collares pesados de
los que nunca se desprenden, estos hombres llevaban colgando del cuello nada
menos que su cámara. Sin ella nada era posible, era parte de su ser y no podían concebirse sin su
presencia. Sus aspiraciones
militantes, su posicionamiento y mirada crítica quedaron expuestas en registros
transformadores en el surgimiento de una nueva modalidad de concepción de la
fotografía.
El robo de
rollos y las fotografías ocultas
La censura
era moneda corriente en esos tiempos de terror. La estrategia militar de
utilizar a los medios masivos de comunicación por un lado, y de suprimir la
libertad de expresión por otro, fue ejercida plenamente durante los años setenta.
Por ello,
los medios y el periodismo fue un ámbito donde la represión se hizo presente y
pisó fuerte. Días difíciles donde periodistas eran amenazados, diarios
clausurados y bombas en las redacciones; se transformaron en parte de la rutina
laboral sobre todo para aquellos que no acataban las reglas.
Gran
cantidad de trabajadores de prensa fueron desaparecidos. Otros tantos,
secuestrados, torturados, asesinados o exiliados.
Los
reporteros gráficos formaban parte de ese círculo y además de sufrir las
persecuciones, su actividad quedó condicionada cuando el robo de rollos empezó
a ser frecuente. Estos riesgos no aplacaron a los memorables fotógrafos,
quienes entre el miedo y la agonía, continuaron implicándose en la causa sin
importar las limitaciones impuestas por el oficialismo o por los medios para
los cuales trabajaban.
Ellos
tomaban fotos adicionales a las que le solicitaban sus jefes para distintas
coberturas y se encargaban de guardar copias y negativos que no se publicaban. Ese material
que tenían en su poder se convirtió luego en la llave que abrió las puertas a
un camino nuevo, con perfume a libertad y sabor a unión.
El enigma de las
fotografías ocultas fue la clave para
hallar la orientación en el recorrido oscuro del dolor de un pueblo; la luz que
iluminó los ojos de una sociedad cegada por las sombras de la censura. Fue
un huracán de resistencia que destrozó
el pánico con una corriente de viento puro y sólido que quedó instalado en la
memoria colectiva.
Un desafío
para los “héroes de la cámara” estaba cerca.
El desafío
En los 80, tras
cinco años consecutivos de la extensión de la dictadura en nuestro país y con
Roberto Viola al mando como nuevo presidente, el panorama era distinto.
Los fotógrafos
continuaban trabajando con su propósito en un ámbito de crisis que debilitaba
al gobierno. A pesar de ello, la represión ya no estaba encubierta sino que se
hacía evidente. Las agresiones y golpes estaban presentes en las
manifestaciones o en los sucesos de la calle que éstos cubrían.
En las
marchas de las madres de plazas de mayo, su presencia era primordial. No solo
por la difusión que le dio a esta organización las fotografías, sino que además
en ocasiones las “salvaban” con el simple hecho de estar allí, convirtiéndose en
destinatarios de los golpes y evitando que las madres fuesen lastimadas.
Paralelamente,
surgía “teatro abierto” un movimiento teatral que utilizaba a la cultura como
alternativa de oposición a la dictadura.
Charlas de
café
Aldo era uno de ellos, y no cualquiera. Se ganaba la vida con voluntad y esfuerzo dedicándose
al máximo en cada alternativa de trabajo que se le presentara en distintos
medios. En ese entonces, trabajaba en publicidad y como free lance para la
agencia Noticias Argentinas.
Siempre
cuidadoso y racional, pensó desde el inicio del proceso militar que no era
coherente exhibirse. Pero evidentemente sus impulsos y sentimientos lo
excedieron por completo.
Incesablemente
exigente con él mismo, buscaba perfeccionarse porque encontraba en la
fotografía algo más que un simple quehacer. Se sentía asfixiado, agobiado y presionado
por la idea de no poder expresarse libremente en una actividad que ampliamente
lo requiere, para evidenciar en pleno
ejercicio los dotes del oficio. El rechazo que
tenía por los militares, sumado a la necesidad de resistirse y cambiar la
realidad fueron pensamientos que abrumaron su mente días enteros. Debía hacer
algo, ya no podía convivir con semejante perturbación. Era el momento
indicado.
En sus
charlas habituales con sus colegas más íntimos solía decir de modo exhausto:
- ¡No soporto más esta situación!. Esa frase predecible
y reiterada que los demás ratificaban y coincidían, contribuía a direccionar el
tema de conversación en las reuniones.
El bar
porteño “La Paz” era el punto de
encuentro donde Aldo compartía sus reflexiones con Osvaldo , Carlos y Béquer. Diálogos extensos con café de por medio era un
momento necesario para que los fotógrafos comentaran sus experiencias.
Un encuentro
común, con toda la transparencia y franqueza que pueda caracterizar a una
simple reunión de cualquier grupo de amigos. Frecuentaban el bar cuando caía el
sol, luego de una extensa jornada laboral. Con pasos silenciosos, se dirigían
siempre a la misma mesa, pegada a uno de los ventanales añejos del lugar.
Observaba
sus gestos desde otra mesa cercana a la de ellos. Sus rostros serios y
compenetrados en lo que decían me impactaban de modo tal que no podía distraer
la mirada. Me intrigaba demasiado esa situación y confieso que moría de ganas
de oír esas conversaciones. Intuía que había algo trascendente detrás de todo y
efectivamente no me equivoqué. Esas meras charlas de café serían el punto de
partida para que esos hombres se convirtieran en gestores de un proyecto.
La
excusa perfecta
El
14 de septiembre de 1980 se produjo un accidente aéreo que ocasionó la muerte
de tres fotógrafos de Crónica: Víctor Hugo Hernández, Alberto Rodríguez y
Nemesio Sánchez. La caída del avión en el Río de la plata fue un episodio que
conmovió verdaderamente a sus colegas, y rendirles un homenaje era una buena
oportunidad para que los fotógrafos comprometidos entraran en acción. Un disparador
o quizás una excusa para que la iniciativa se concretara; un momento adecuado
para presentar, con todo el respeto que merecía el acontecimiento, una “muestra
de denuncia encubierta”.
El plan estratégico y
los encuentros clandestinos
-“¿Qué te
parece si hacemos una muestra de fotografías en homenaje a los muchachos de
Crónica?”, fue la expresión espontánea de Aldo a sus compañeros íntimos
de café y como era predecible, en el bar La Paz.
El
entusiasmo de Béquer se deducía en su sonrisa al oír semejante
propuesta. Las ambiciones que hacía tiempo tenían estos hombres de dar batalla
a los monstruos de la censura y el anhelo de emprender realmente esa lucha, se
reducía en la idea de su amigo:
-“Podríamos hacer como la
gente de Teatro Abierto y mostrar las fotos que los diarios no publican”.
Llevar adelante la exhibición con las
fotos ocultas que aún conservaban presentadas como dedicatoria a sus colegas
fallecidos en el accidente, el cual era un motivo adecuado y justificable; hacía factible la posibilidad de poner el
“plan” en marcha.
La idea trascendió las paredes del
bar, cuando sus gestores comenzaron a difundirlas en sus respectivos sitios de
trabajo. Bécquer fue el encargado de redactar un escrito
dirigido a los reporteros gráficos para invitarlos a participar del certamen,
en términos de una exposición fotográfica tradicional, sin hacer mención de las
auténticas motivaciones.
Al igual que
sus “socios comprometidos”, repartió el aviso a sus veintidós compañeros de
Clarín, donde él trabajaba, y desafortunadamente no consiguió ninguna adhesión
de éstos. Lo mismo le sucedió a Carlos al transmitir la invitación al
grupo de cuarenta fotógrafos de la Editorial Abril, de los cuales ninguno
participó.
Por otra
parte, el gremio de reporteros gráficos (ARGRA), dirigido en ese entonces por
Héctor Rago, no le brindó su apoyo. Era absurdo pensar que un sindicato que organizaba
muestras de deportes solicitadas por los poderosos generales podría colaborar
en esta iniciativa.
A pesar de
los obstáculos, la convicción conservó firmes a los protagonistas quienes
mantenían las ansias de alcanzar sus expectativas sin importar los riesgos. El
boca en boca fue imprescindible para que poco a poco se fueran incorporando nuevos
actores.
De esta
forma, comenzaron a organizarse las primeras “reuniones secretas”. El lugar más
habitual era el estudio que Aldo tenía en su casa, en una zona céntrica de
Buenos Aires.
Semana a
semana aumentaba la convocatoria. Distintos fotógrafos, algunos más involucrados
que otros, se fueron sumando con diversas intenciones: algunos con el interés
individual de darse a conocer, de mostrar su trabajo y con la idea de
aprovecharlo como una ocasión que le fuera redituable; y otros, con fines políticos,
militantes, con el simple propósito de revelarse y resistirse a lo que estaba
sucediendo y de abrir los ojos de la sociedad.
Con
discreción y en silencio los profesionales participaban de estos
encuentros clandestinos con la mesura de
no despertar sospechas a los uniformados, teniendo en cuenta que las reuniones
de más de tres personas estaban proscriptas. Por
otra parte, el miedo persistía por el riesgo que implicaba tener en sus manos
un material tan comprometedor. Más de uno temía que las fotos fueran quemadas
en caso de ser descubiertas.
Mientras
tanto, el peligro continuaba vigente. Osvaldo , uno de los representantes originarios quien además era jefe de
fotografía en “El descamisado”, fue secuestrado quince días después de la
primera reunión y tras sobrevivir a las torturas, debió exiliarse.
Pese
a ello; Aldo, Carlos, Béquer y compañía continuaron con el plan.
La reunión definitiva
Era una calurosa
noche de noviembre. Una brisa de viento cálido de verano soplaba lentamente por
las calles porteñas, iluminadas por el brillo resplandeciente de la luna llena que
deambulaba en la infinidad del cielo estrellado.
Aldo había
iniciado los preparativos desde temprano. Siendo un “hombre de barrio”, su casa
era tan sencilla como la de cualquier vecino de clase media. Un hogar común
pero muy acogedor, con la particularidad de estar habitualmente organizado al
extremo, y sobre todo ante una ocasión especial. La limpieza y el orden
relucían en cada habitación.
La mesa ya
estaba puesta; en realidad eran dos tablones unidos que, con un mantel encima,
daban la sensación de que fuese una mesa larga. Unas quince sillas de plástico
estaban respectivamente acomodadas, el viejo refrigerador repleto de bebida
helada y unas deliciosas pizzas a punto de hornearse perfumaban el ambiente de
la pequeña cocina.
Todo estaba
listo, inclusive se había tomado el trabajo de acondicionar su estudio
fotográfico que se encontraba en la planta alta.
Un anfitrión
con todas las letras, que esperaba en principio a diez invitados. Aunque con la
sensatez e intuición que lo
caracterizaba, los preparativos fueron provistos para unas diez personas más.
Con ansiedad
observaba las agujas del reloj que daban las nueve en punto. La incertidumbre
recorría cada parte de su cuerpo durante la espera, que se hacía interminable.
Sería un acontecimiento de definiciones en la que los fotógrafos decidirían el destino
de la muestra.
Los
comensales fueron llegando de a uno. Su capacidad intuitiva esta vez había
fallado. No eran ni diez, ni veinte; sino setenta profesionales que visitaron
su vivienda. Algunos sentados y otros de pie, se amontonaron en el sitio y
compartieron el vino que terminó siendo escaso, al igual que las pizzas que
desaparecieron en solo algunos minutos.
Una noche
extensa, de debates y conclusiones. La cita definitiva que fue el punto de
partida de la planificación concreta del proyecto. Aires de
cambio se aproximaron desde ese día; un porvenir transformador se acercaba.
Cita abierta con la sociedad
Había
transcurrido casi un año de aquella reunión en casa del líder. Un período previo
de trabajo arduo en el que el grupo de profesionales comprometidos se encargó
de organizar la exposición. Ya no se trataba de planear un encuentro entre
colegas sino que esta vez era una cita abierta con la sociedad.
Un proceso
en el que debieron seleccionar las fotos, difundir el evento, conseguir el
lugar y acondicionarlo.
Finalmente,
el gran día llegó. Una jornada soleada y primaveral enmarcaba la inauguración
en el pintoresco San Telmo. Era este pequeño barrio de Buenos Aires con su pavimento
empedrado y sus caserones coloniales, el escenario donde se encontraba el sitio
de la exhibición. Lejos de ser una galería aunque efectuaba la misma función,
era un local de la Asociación de Residentes Azuleños
que había conseguido Aldo ubicado en la reconocida calle Balcarce.
El
objetivo principal de la muestra se hacía presente en cada detalle. Ideada en
la concepción de acto colectivo, el mismo trascendía sobre cualquier propósito
de carácter individual.
La
identificación de los profesionales y la estética de la presentación quedaban
en segundo plano. Por ello, las fotografías se colgaron sin el nombre del autor
y pegadas en rústicos cartones doblados que simulaban un marco.
Cada
una de ellas hablaba por si misma. Describían sujetos y situaciones, enunciaban
una postura ante los sucesos; retrataban los sentimientos de los argentinos.
Pero
lo hacían de un modo sutil, teniendo en cuenta que la libertad de expresión
estaba extremamente limitada. Diversos mecanismos y recursos permitieron que las
mismas “hablaran en código” e “hicieran guiños de emisión” desde un ojo crítico,
dirigiéndose implícitamente a sus destinatarios y pretendiendo que éstos
comprendieran dicha dialéctica visual.
De
esta forma cada uno de los setenta fotógrafos participantes encontró la forma
de “opinar en doble sentido” y de transmitir una visión particular, un
fragmento de las circunstancias.
Pero
las doscientas imágenes expuestas estaban articuladas y en su conjunto
construían un discurso único de denuncia, con la expectativa de dialogar con el
pueblo a través de un lenguaje visual que los invitaba a ser cómplices de la
resistencia.
Fueron
trece días de exposición gratuita que inició el tres de
octubre de 1981. Cinco mil personas la presenciaron. El amontonamiento de gente
en cada certamen era indescriptible. Yo estuve ahí y pude apreciarlo. La lucha recién comenzaba y se prolongaría por varios años más.
Una utopía real
Observando
con atención, había recorrido cada rincón de aquel local de San Telmo. En un abrir
y cerrar de ojos, percibí que ya no estaba allí.
Recostada en
mi cama, levanté la vista y me encontré instalada en mi habitación. Me sentí
descansada en mi confortable almohada. Miré alrededor, estaba todo en su lugar y
sobre mi regazo reposaban algunas fotografías.
Fue un
instante desconcertante. Cualquiera diría que fue un sueño común y corriente, una
alucinación propia del acto de dormir.
Pero no
estoy segura que fuese así. Todo había sido tan concreto que me atrevo a decir
que no fue una fantasía. Había
caminado cada paso con los protagonistas. Había estado en cada encuentro,
escuchado cada charla, los había visto sufrir las persecuciones.
Reviví sus
vivencias en un viaje al pasado donde reconstruí los sucesos que habían
atravesado. Fui turista de la historia, trasladándome en tiempo y espacio a
través de aquellos registros fotográficos que convivían conmigo. Todavía no
puedo comprender lo que sucedió. Me había marcado tanto aquella experiencia que
no podía desprenderme de ella.
Lo cierto es
que había vuelto a la cotidianeidad del presente. Me encontraba nuevamente en
mi hogar de Rosario y 31 años posteriores me alejaban de aquel episodio.
Días
después, por esas casualidades de la vida o quizá por alguna causalidad del destino;
caminando por la poblada peatonal Córdoba en plena tarde, la vi a ella. A simple
vista era una joven normal. Cabello ondulado y castaño, delgada y de estatura
media. Llevaba en sus manos un maletín de cuero. Vestía un pantalón oscuro y un sobretodo largo, acorde al frío que hacía.
Sus movimientos
delataban su naturalidad; y la firmeza en su postura, un estado de plenitud
predecible.
La autenticidad
intacta en la frescura de su rostro se apreciaba desde lejos, al igual que su andar revolucionario. Pero había algo más, algo especial.
Transitaba detrás de ella y en unos segundos, cuando comenzó a apurar el paso,
un pliego de su maletín cayó al piso. Era una fotografía de una mujer. Corrí
con la intención de darle su pertenencia y al alcanzarla, se la di en sus
manos.
La transparencia de sus ojos me impactó por completo; una mirada que debelaba la
convicción de su personalidad y su espíritu luchador. Antes de alejarme, me
excedió la curiosidad y le pregunté:
- ¿Cuál es
tu nombre y quién es la señora de la foto?
Sonriendo me
contestó:
Quedé sin
palabras al oír aquella expresión. Tuve un deyabú que me dejó inmóvil. Comprobé
desde entonces que mi sueño extraordinario se había trasladado a la realidad.
Supongo que
los “héroes de la cámara” se reencuentran hoy para recordar esos momentos
inolvidables, dejando el futuro en manos de una nueva generación que continúe la historia. Y Virginia, sin dudas, es parte de ella.